Maduro deja sin ayuda alimentaria básica a millones de venezolanos

En plena crisis humanitaria, cuando más de la mitad de los hogares venezolanos reportan no tener acceso estable a alimentos, el régimen de Nicolás Maduro volvió a demostrar que sus prioridades no son el bienestar del pueblo, sino la perpetuación de un proyecto político que ha hundido al país en la miseria. La decisión del gobierno chavista de restringir y obstaculizar la ayuda alimentaria internacional deja a millones de venezolanos aún más expuestos a la desnutrición y la pobreza extrema.
De acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la asistencia que llegaba a más de 1,5 millones de personas en Venezuela se reducirá a la mitad por falta de fondos y por trabas del propio régimen. En cifras concretas, mientras en 2023 se logró distribuir comida a más de un millón de niños en edad escolar, en 2025 la cobertura será de apenas 600.000 beneficiarios, una reducción devastadora en un país donde la desnutrición infantil ya supera el 25% en algunas regiones.
Esta caída en la ayuda no ocurre en un vacío. Organizaciones independientes señalan que el gobierno de Maduro ha dificultado la logística, imponiendo condiciones políticas y burocráticas que entorpecen la labor de organismos humanitarios. En otras palabras: la miseria se usa como arma política.

Hambre como política de control
El hambre en Venezuela no es un accidente, sino una consecuencia directa de políticas económicas desastrosas y de un modelo de distribución clientelar. Mientras el PMA lucha por mantener abierto un canal de emergencia, el régimen sigue apostando por los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), cajas de alimentos racionados que solo llegan a quienes se alinean políticamente con el chavismo.
Es decir, Maduro utiliza la necesidad más básica —comer— como mecanismo de chantaje. Se le niega comida al ciudadano independiente, mientras se premia con raciones mínimas al que aplaude al régimen.
Hambre como política de control
El hambre en Venezuela no es un accidente, sino una consecuencia directa de políticas económicas desastrosas y de un modelo de distribución clientelar. Mientras el PMA lucha por mantener abierto un canal de emergencia, el régimen sigue apostando por los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), cajas de alimentos racionados que solo llegan a quienes se alinean políticamente con el chavismo.
Es decir, Maduro utiliza la necesidad más básica —comer— como mecanismo de chantaje. Se le niega comida al ciudadano independiente, mientras se premia con raciones mínimas al que aplaude al régimen.

Cifras que desnudan la tragedia
- Más del 80% de los hogares venezolanos viven en inseguridad alimentaria, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI).
- El salario mínimo equivale a menos de 5 dólares mensuales, insuficiente para comprar un kilo de carne o un litro de aceite.
- El éxodo de más de 8 millones de venezolanos tiene como una de sus principales causas la imposibilidad de garantizar alimentación básica en el país.
Y mientras tanto, el régimen presume de supuestas “victorias sociales” en cadenas televisivas, ocultando una verdad que se impone con crudeza en las calles: los venezolanos comen menos, peor y dependen de remesas del exterior para sobrevivir.
Maduro, enemigo del pueblo
En cualquier democracia, un gobierno que deja sin alimentos a sus niños sería expulsado del poder por clamor popular. Pero en Venezuela, Nicolás Maduro se mantiene gracias a un aparato represivo, la manipulación electoral y la complicidad de las Fuerzas Armadas.
Lo que ocurre hoy es la prueba definitiva de que el régimen no gobierna para la gente. Cuando se bloquea la ayuda humanitaria y se reduce el acceso a alimentos básicos, se está condenando a un pueblo entero a la miseria y al sufrimiento.
El hambre, convertido en herramienta política, es la forma más cruel de dictadura: una que castiga con el estómago, que humilla con la necesidad y que compra lealtades a cambio de migajas.

Maduro, enemigo del pueblo
En cualquier democracia, un gobierno que deja sin alimentos a sus niños sería expulsado del poder por clamor popular. Pero en Venezuela, Nicolás Maduro se mantiene gracias a un aparato represivo, la manipulación electoral y la complicidad de las Fuerzas Armadas.
Lo que ocurre hoy es la prueba definitiva de que el régimen no gobierna para la gente. Cuando se bloquea la ayuda humanitaria y se reduce el acceso a alimentos básicos, se está condenando a un pueblo entero a la miseria y al sufrimiento.
El hambre, convertido en herramienta política, es la forma más cruel de dictadura: una que castiga con el estómago, que humilla con la necesidad y que compra lealtades a cambio de migajas.
Reacciones internacionales
Organismos como Human Rights Watch y Amnistía Internacional han advertido que esta reducción de la ayuda podría agravar una crisis ya catalogada como una de las peores emergencias humanitarias del hemisferio occidental.
Por su parte, la oposición venezolana ha exigido a la comunidad internacional mayor presión contra el régimen y la creación de corredores humanitarios que garanticen la llegada de alimentos sin la manipulación política del chavismo.

un país rehén del hambre
La reducción de la ayuda del Programa Mundial de Alimentos y la manipulación de la comida como herramienta política confirman lo que millones de venezolanos viven a diario: un Estado que ha convertido el hambre en política de Estado.
Maduro no solo ha destruido la economía y las instituciones, ahora también ha sellado el futuro de generaciones enteras condenadas a la desnutrición.
La historia será implacable con un régimen que, en lugar de garantizar pan, lo usa como arma. Y el pueblo venezolano, dentro y fuera del país, seguirá denunciando a un dictador que ha convertido a Venezuela en el triste ejemplo de cómo el hambre puede ser utilizado para perpetuar el poder.

Por Ysabel Chópite